Basada en hechos reales, El Rey del Fin del Mundo es la apuesta histórica del fin de semana en las carteleras. Una película que expone la codicia, el colonialismo, los elementos sanguinarios y la sed de poder.
Dirigida por Michael Haussman el largometraje nos sitúa a mediados del siglo XIX, época en la que el gobierno británico comisiona al oficial Sir James Brooke para que termine con los piratas que asolan las costas de Malasia. El problema de Brooke (Jonathan Rhys-Myers) es que va más allá de lo que le depara su misión y acaba convirtiéndose en el rajah del Reino de Sarawak.
El cine nos ha mostrado ejemplos de películas que beben de la misma fuente histórica, es decir, desde el descubrimiento de nuevas culturas, nuevos mundos hasta la sed de poder y codicia del hombre blanco. Lo bueno de El Rey del Fin del Mundo es su capacidad de introspección a través de sus personajes, ya que conocemos en muchos momentos sus deseos y pasiones a través de diálogos interiores con ellos mismos. Esto refleja el buen gusto de su director, no ofreciendo solamente una historia de exploradores y los mitos de otras culturas.
Un film con muchos elementos líricos que vuelve a demostrar la calidad actoral de su protagonista, la belleza en muchos momentos de la fotografía y escenas sanguinarias en las que no andan con ningún tipo de escrúpulo.
Diferencias culturales, choques de caracteres y la falta de compasión del ser humano que solamente adquiere más poder pisando a los demás.