2´5 Butacas de 5
En 2016 Fer García-Ruiz sorprendió con el corto Como yo te amo, que le valió, entre otros reconocimientos de la crítica, una nominación a los Goya. Ahora, y tras una larga trayectoria en el mundo de la publicidad, el realizador ha asumido el reto de hacerse un hueco en el mundo del cine patrio con Descarrilados, su primer largometraje.
Y no era una tarea sencilla, porque llevar a cabo una película sobre el Interrail justo en el año en el que estalla la pandemia de Covid-19 ya habría supuesto un reto incluso para un director más experimentado. En este sentido, uno de los aspectos más encomiables de Descarrilados son justamente sus valores de producción, desde los improvisados (pero muy eficaces) trucos para compensar la imposibilidad de rodar fuera de España hasta unos efectos visuales que tan pronto convierten a los protagonistas en adolescentes como los sumergen en una alucinación lisérgica en medio de una fiesta. La película tiene un aspecto excelente de principio a fin, lo cual no deja de tener mérito si se considera que la emergencia sanitaria debió de obligar a cambiar todos los planes.
A falta de un currículum más extenso por parte de García-Ruiz, el espectador indeciso puede agarrarse a nombres tan familiares como los de Arturo Valls, Ernesto Sevilla y Julián López, el trío de cuarentones que se verán obligados a reemprender un viaje por Europa que no pudieron completar con veinte años. A estos los acompañan Ana Milán y Dafne Fernández para completar un reparto lleno de caras conocidas escogido a la perfección.
Pero vamos a lo importante: ¿es divertida? Pues sí, aunque sin perder la perspectiva del tipo de producto del que estamos hablando. Sobra decir que los más críticos con la comedia española pierden el tiempo asomándose a una película claramente concebida como pasatiempo veraniego, sin más pretensión que la de amenizar unas vacaciones atípicas para muchos. Como tal, Descarrilados bebe de varios de los tópicos más habituales de este tipo de cine, desde la inmadurez de unos protagonistas masculinos que se comportan como niños sin serlo hasta los clásicos equívocos propiciados por las barreras idiomáticas. Las diferencias generacionales, culturales y de género como motor cómico desde una perspectiva tan castiza como cabría imaginarse, con algo de humor negro y unos cuantos chistes verdes para aderezar el conjunto: nada revolucionario, vaya. Pero se cumple con lo que se promete.
Quizá el aspecto más negativo es que las tropelías que la panda de amigos va cometiendo por media Europa son menos inofensivas de lo que acostumbra a verse en estas películas. El énfasis en las consecuencias de sus actos compromete el tono de farsa desenfadada e introduce un componente moral un tanto incómodo, lo que a su vez compromete la empatía que podamos sentir por unos héroes que, en ocasiones, parecen más villanos que otra cosa.
Aun con ese reparo, la mayoría de los gags y situaciones de Descarrilados funcionan bien, y su inesperada acidez sorprenderá gratamente a más de uno. En definitiva, una opción estupenda para los fans de este tipo de producciones que, a falta de viajes, busquen entretenerse en una sala de cine.