3´5 Butacas de 5
Creo que es imprescindible empezar esta crítica con una declaración de amor al cine de Leos Carax. Porque Mala sangre (1986) es una de las mejores películas de los ochenta; Los amantes del Pont-Neuf (1991), una de las mejores de los noventa, y Holy Motors (2012) directamente me parece una de las mejores películas de los últimos 20 años. Si digo esto es para dejar claro que mi acercamiento a Annette parte desde la más absoluta admiración a uno de los cineastas contemporáneos más interesantes del mundo. Y para que se entienda que al primero que le duele que esta vaya a ser una reseña tan tibia es a mí.
¿Puede este ser uno de esos casos en los que las expectativas arruinan de manera injusta lo que, de otro modo, habría sido una experiencia estupenda? Después de todo, se trata del primer proyecto de Carax en casi 10 años, y venía de presentarse en Cannes (abriendo el festival, nada menos). Motivos para esperar algo grande había de sobra, vaya. Pero lo cierto es que dudo mucho que tenga ganas de revisitar Annette a corto plazo para comprobarlo, porque las cosas que no me han gustado de ella son de las que tienen difícil arreglo.
En tres palabras: me ha aburrido. Y mucho. No solo por el ritmo o la duración de la película (aunque desde luego no ayuda que esta supere con holgura las dos horas), sino porque Annette es un musical en el que todas las canciones son intrascendentes. Con honrosas excepciones, cada uno de los temas se reduce a una base rockera u operística con un par de personajes repitiendo las mismas frases una y otra vez. ¿Que la canción va de que la película empieza? Pues se canta “vamos a empezar” en bucle. ¿Qué trata de la relación de los protagonistas? Pues “estamos enamorados, uoh, nadie se lo esperaba”.
Esto, claro, no es un accidente. En su fantasía kitsch, Carax ha ideado un espectáculo teatral que juega continuamente con la inmersión del espectador en la ficción. De este modo, encontramos fondos que imitan decorados, personajes (uno, no diré cuál) con pinta de atrezzo… y sí, canciones que se limitan a narrar lo obvio, casi como si pretendiera enfatizar lo innatural de la declamación. El problema es tan simple como que esto no funciona. La sensación es que todas estas canciones alargan el metraje sin motivo alguno, porque la trama en sí es predecible y deja muy poco espacio a la sorpresa.
Tampoco es que la propuesta carezca de mérito. Visualmente, Annette es sensacional; tanto, que para muchos valdrá la pena pasar por el peaje de lo que Carax intenta contar. En cualquier caso, todas las sorpresas y los momentos memorables de la película tienen que ver con decisiones técnicas o de diseño. ¿Tú también eres de los que piensan que el póster es uno de los más bonitos que has visto nunca? Pues imagina eso en movimiento. Una gozada.
Y volvemos a los problemas. Adam Driver y Marion Cotillard están fantásticos en sus papeles, pero ella es un estereotipo insulso de feminidad divinizada por la mirada del hombre, y él es un niñato insufrible sin cualidades para redimirse. La escena en la que Driver realiza por primera vez un número de comedia stand up a lo Bo Burnham de Aliexpress da vergüenza ajena: una vez más, Carax prefiere subrayar lo evidente (“ahora vosotros aplaudís”, “ahora os reís”) en lugar de escribir un auténtico número cómico. Si el objetivo es enemistar al espectador con el personaje, puede darse por satisfecho. La cuestión es: ¿vale la pena que ocurra así?
Antes de finalizar, que quede claro que la iniciativa de Elastica Films y Filmin por traer Annette a España es de todo menos reprochable. Aun cuando mi opinión sobre la película en conjunto no sea la mejor, su factura técnica, su poderío visual y ese aire de fantasía enfebrecida que la envuelve revelan una maestría creadora a la que no puedo poner ni una pega. No es que no se vean cosas como Annette todos los días: es que ojalá saliese al menos una al año. A la hora de la verdad, sin embargo, mi sensación es que le falta sutileza y le sobra provocación, porque cuando lo narrado se convierte en una mera excusa para lucir el soporte de la narración, el cine pierde la mitad de su esencia. Es posible que otros logren dejarse cautivar por Annette y bailar sobre las olas en mitad de la tormenta. A mí, desde luego, me habría encantado que así fuese.