2´5 Butacas de 5
Tras dos años circulando por festivales como los de Locarno, Varsovia o Valladolid, llega a las salas comerciales de España Pequeños milagros en Peckham Street. Se trata del primer largometraje de ficción firmado por Vesela Kazakova y Mina Mileva, dos abanderadas del cine búlgaro contemporáneo que hace apenas un mes estrenaron en Cannes su segunda cinta, Women Do Cry. Antes, sin embargo, este dúo de directoras había estrenado ya dos documentales que tuvieron más repercusión internacional que dentro de sus fronteras, pues tanto Uncle Tony, Three Fools and the Secret Service (2014) como The Beast Is Still Alive (2016) les acarrearon numerosos problemas con las autoridades de su país.
Esta breve pero intensa trayectoria marcó la producción de Pequeños milagros, que fue concebida como ficción sencillamente para asegurar su viabilidad comercial y filmada en Londres para demostrar que la Europa occidental no se libra de los males que venían denunciando en Bulgaria. La película gira en torno a un bloque de viviendas al sudeste de la ciudad que está sufriendo los estragos de la gentrificación. La protagonista, Irina, es una madre soltera de origen búlgaro que se gana la vida como puede mientras trata de abrirse hueco en el mundo de la arquitectura. Mientras trata de convencer a sus vecinos de luchar contra el sistema, un conflicto provocado por un gato que se cuela en su pared amenaza con romper la convivencia de forma drástica.
Aseguraban las directoras durante el estreno que todo cuanto sucede en la película está basado en hechos reales, pero no hacía falta saber esto para darnos cuenta de la auténtica vocación de la obra. Su afán realista supone tanto su mayor virtud como su aspecto más negativo: por un lado, Irina y su familia nos ofrecen una mirada excepcional al Londres inmediatamente anterior al Brexit; por otro, el atípico ritmo de la narración es el resultado de un enfoque más propio del cine documental y que aquí no termina de funcionar. Tampoco ayuda que el mensaje de la película esté despiezado en forma de pequeños discursos puestos en boca de su protagonista. Además de restarle naturalidad a los diálogos, estos la confieren un tono demasiado expositivo y carente de toda sutilidad.
Como resultado, Pequeños milagros en Peckham Street es un trabajo desequilibrado en todos los sentidos que no llega a encontrar su lugar ni como testimonio ni como ficción. La trama del gato perdido, que es quien da título a la película en inglés, solo arranca tras una interminable serie de conferencias sobre economía y sociología encapsuladas en forma de conversaciones cotidianas que casi parecen entrevistas. Pero lo peor es que, cuando llega, ni siquiera es tan interesante. Tan solo algunos momentos cómicos bien medidos y su cuidada ambientación logran rescatar del tedio absoluto una película que tenía potencial para haber llegado más lejos.