Análisis de las dos primeras jornadas del Festival de San Sebastián.
Primera crónica del segundo Zinemaldia para este medio y para el que escribe. La segunda vez permite que todo sea ya más o menos conocido: las gentes, los lugares, los trámites (ahora algo actualizados, no necesariamente agilizados, en lo que se refiere a la obtención de entradas). Pero conlleva también que afloren las comparaciones. Y esto afecta esencialmente a las películas, que aunque a veces se llegue a olvidar es para lo que estamos aquí. De momento la 67ª edición del festival ha arrancado con luces y sombras. Y sí, esta es la primera de las muchas referencias a colación de El Faro.
Scattered Night, de Sol Kim y Jihyoung Lee (Nuevos Directores)
Con esta película coreana el festival dio pistoletazo de salida. Y lo cierto es que es un arranque muy representativo tanto del certamen en general como de Nuevos Directores en particular (sección que agrupa primeras y segundas películas). Un drama familiar que sitúa su punto de vista en los dos hijos de un matrimonio que decide poner fin a su relación. La cinta estudia especialmente la incertidumbre que conlleva el proceso, ya que ninguno de los cuatro se atreve a exponer con demasiada claridad quien debe quedarse con quien. Scattered Night destaca cuando sus directoras construyen el intimismo familiar que ninguno de ellos quiere perder. Sin embargo, acaba abrazando un convencionalismo formal y tonal que le resta enteros, convirtiéndose en una perfecta representante de “la media” del festival.
Ema, de Pablo Larraín (Perlas)
El primer plato fuerte venía aupado por su recepción en Venecia y la irregular pero sugerente trayectoria de su director. Esperando que Ema supusiera un paso adelante en la filmografía del chileno Pablo Larraín, lo cierto es que finalmente su último largometraje potencia muchos de los aspectos más cuestionables de su cine. La película contiene momentos de gran potencia, pero todo cae ante lo impostado de la propuesta. Mientras su discurso se basa en la idea de que el arte debe tomar la calle como nos ha enseñado el reguetón, su estética no puede distar más de esta idea (a medio camino entre el videoclip y el cine de autor más calculado y calculador). Además, Larraín pretende sentar cátedra sobre una generación convirtiendo en positivos los tópicos negativos que se le asocian. Pero al final siguen siendo eso, tópicos. El reguetón merecía más.
Mano de obra, de David Zonana (Sección Oficial)
Tampoco estuvo a la altura la primera cinta de sección oficial del año. Mano de obra es la ópera prima del mexicano David Zonana. Una cinta cuyo argumento recuerda irremediablemente a Parásitos, pero que aborda la cuestión de la lucha/odio de clases de forma mucho menos lograda. Como punto positivo aquí la mirada siempre es la del obrero. El problema es que todos parecen condenados desde un inicio a la desgracia y la corrupción. Mano de obra no ofrece nada nuevo dentro de un determinado tipo de dramas mexicanos, y la influencia de Michel Franco (productor) es palpable. La puesta en escena, compuesta enteramente de planos estáticos con puntuales inclusiones de zooms y breves paneos, subraya esa calculada frialdad que tampoco se ajusta a esta historia.
Comportarse como adultos, de Costa-Gavras (Proyecciones Especiales)
El nuevo filme del flamante Premio Donostia está, como era de esperar, lejos de las más conocidas obras del director de Z. En Comportarse como adultos siguen presente la incisiva ironía y el firme compromiso político del griego, aquí con la crisis griega y el asesinato político y mediático de Yanis Varoufakis como telón de fondo. Un mensaje que, de nuevo, no se ve correspondido por una estética impersonal y prácticamente televisiva. Sin embargo, cuando Costa-Gavras trata de imprimir personalidad al relato el conjunto tampoco mejora. Quizá escenas oníricas con peces espadas no era la mejor solución. Por no hablar de un desenlace que afortunadamente es eso, el final, así que no me veo obligado a explicarlo.
El Faro, de Robert Eggers (Perlas)
Es curioso que haya tanto de La bruja en El faro y que sin embargo los resultados sean tan dispares. Pervive la idea del microcosmos opresivo, la pregunta sobre si lo sobrenatural es causa o consecuencia del delirio. Pero en su nueva película Eggers ha dado pasos de gigante exprimiendo al máximo los (no pocos) recursos a su disposición. Los más obvios unos descomunales Robert Pattinson y Willem Dafoe. Un duelo glorioso a través de dos interpretaciones salvajes y viscerales. Pero hay mucho más allá. El formato 4:3 y el blanco y negro se ajustan a la perfección al aire oprimido y fúnebre de la historia, por no hablar de un trabajo sonoro directamente descomunal. Todo es tan mastodóntico que no es extraño que Eggers se guste demasiado a sí mismo, cayendo en ciertos excesos y reiterando ideas. A cambio sentimos cada paso, cada fluido expulsado, cada gas.
Próxima, de Alice Winocour (Sección Oficial)
La primera alegría de la sección oficial ha llegado de la mano de la cineasta francesa Alice Winocour. Un drama que aborda el conflicto que supone para una astronauta separarse de su hija para embarcarse en una misión a Marte. Un drama tan sencillo como contundente, en el que el amor y la dureza de la separación entre madre e hija quedan retratados de forma natural y conmovedora.
Próxima es una cinta preocupada por que entendamos a sus personajes. Como a ese astronauta norteamericano que el mundo ve como un héroe mientras el espectador intuye es un villano en ciernes (y al final todo es gris). Y especialmente a su protagonista, encarnada por una Eva Green que realiza una interpretación apabullante. Contenida, natural, con un sufrimiento interiorizado que traspasa la pantalla a través de sus ojos.
En Próxima hay espacio (aunque no vemos el espacio) para abordar también la situación de esas mujeres que aún deben decidir entre trabajo o maternidad. O de una humanidad que ha ganado terreno a la ausencia captando para la eternidad los momentos que nos hacen humanos, y a la distancia permitiendo que nos comuniquemos a través de todo tipo de pantallas. Ciencia ficción con los pies muy en la tierra.
Lhamo & Skalbe, de Sonthar Gyal (Sección Oficial)
Menos memorable es este filme del tibetano Sonthar Gyal. La historia de un matrimonio que el destino parece haberse propuesto torpedear. Trámites infinitos, matrimonios previos y secretos familiares se interponen en la relación de la pareja que da título a la cinta. Lhamo & Skalbe guarda cierto interés, incluso belleza, en su acercamiento a cuestiones religiosas y místicas. El problema es el agotamiento de una narración que va dando tumbos y volantazos de forma algo inexplicable, hasta el punto de desdibujar a casi todos sus personajes.
Retrato de una mujer en llamas, de Céline Sciamma (Perlas)
Una de las grandes sensaciones del pasado Festival de Cannes, la última cinta de la francesa Céline Sciamma (Tomboy) cuenta el romance a priori imposible entre una mujer a la que su madre busca un marido y la pintora contratada para elaborar en secreto su retrato de boda. Una cinta intimista y precisa en la construcción del romance, gracias a la sensibilidad de su directora y a las sutiles pero poderosas interpretaciones de Adèle Haenel y Noémie Merlant. Retrato de una mujer en llamas no escapa eso sí de cierto aroma a cálculo e impostura, una carencia que se advierte en un montaje en ocasiones no tan reposado como sería deseable. Un relato contenido de una pasión desatada.
La trinchera infinita, de Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga (Sección Oficial)
La nueva película de los responsables de Loreak y Handia ha sacudido el Zinemaldia. Y no es para menos, ya que La trinchera infinita es un extrañísimo filme en continua metamorfosis, como la España que retrata. Un potente drama con abundantes aciertos (la reconstrucción histórica y del modo de vida del sur de España), pero repleto también de decisiones inexplicables. Tras un comienzo dubitativo en el que el espectador acaba desubicado, la película crece sin abandonar nunca el terreno de la extrañeza. Una película cargada en los hombros de unos brutales Antonio de la Torre y Belén Cuesta.