2 Butacas de 5
El último largometraje de John Patrick Shanley trata una historia de amor entre dos vecinos granjeros cuyos destinos parecen estar entrelazados desde mucho antes de que ellos quisieran darse cuenta. Las dos familias vecinas comparten una extraña amistad interrumpida por momentos debido a la propiedad de una pequeña parcela y, cuando la rutinaria vida de campo parece ser lo único a lo que estos dos personajes pueden aspirar, entra en cuestión la herencia y la búsqueda de la propia identidad.
La necesidad del joven granjero por demostrar su valía ante su padre despierta en él una intención de encontrarse a si mismo y a su destino. Un destino que parece estar muy claro desde que comienza el filme, pero que solo se va complicando a medida que avanza. Este nuevo camino será el que lleve a los dos protagonistas a confesar sus mejor guardados secretos y a buscar respuestas en lo desconocido.
Anthony es la oveja negra de su familia, un poco rarito, callado y solitario. Su carácter es siempre generoso y siempre busca complacer a los demás. Responde a las demandas de su padre y es gracias a un conflicto con este que comienza su viaje hacia la expresión. La expresión de sus puras emociones, alocados pensamientos y extrañas metáforas. A pesar de ser muy distinto a su padre, este personaje mantiene muchos de los pensamientos más tradicionales de un campesino irlandés acerca de los roles de un hombre y una mujer. Un aspecto de su carácter que no parece cuadrar con los demás y que, de alguna forma, sobra de la totalidad del relato.
Rosemary es una joven amante de los caballos cuya personalidad se basa principalmente en un evento que tuvo lugar cuando ella era aún muy pequeña: el descubrimiento del lago de los cisnes. El filme permite al espectador colarse en algunos de estos momentos de transformación de los personajes, un viaje a un pasado excesivamente teatralizado en el que estos dos niños se plantean sus posibilidades y propósitos en la vida de una forma genérica que dice muy poco sobre sus personalidades.
Lo singular de la relación entre Anthony y Rosemary es que no se muestra en pantalla. No se construye o se transmite a través de la interpretación de los actores, simplemente se debe aceptar como real para que el largometraje tenga algún tipo de sentido. La falta de desarrollo de esta amistad deja un perfecto lugar para la inesperada llegada de un antagonista guiado por los intereses económicos y posesivos que, por algún motivo, decide que es un perfecto momento para actuar de intruso en las vidas de los dos campesinos y el paraíso irlandés.
La estructura del largometraje se construye sobre motivaciones forzadas, sucesos sin precedentes, y chocantes paralelismos. Sus primeros minutos son atrapantes, los hermosos paisajes y la voz de un misteriosos narrador, ya fallecido, resultan en una perfecta unión para que el espectador se pregunte cómo se entrelazarán las historias que se le están dando a conocer. Sin embargo, el resultado es una sensación de artificialidad. Las conversaciones sin sentido que escalan demasiado rápido hasta convertirse en violencia, los planteamientos existencialistas que hacen veloces apariciones para tan solo desaparecer, las relaciones sin pilares y, en general, la forma que toman las interacciones sociales en este filme resultan muy poco naturales.
Una canción irlandesa es una singular historia de amor entre vecinos. Esta adaptación del musical “Outside Mullingar” muestra la enorme belleza del paisaje irlandés, pero fracasa a la hora de construir una relación entre sus protagonistas, dejando una constante sensación de artificialidad.