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La nueva película de Santiago Segura relata una divertida aventura familiar en la que se desarrollan dos historias paralelas. Una en la que unos niños viajan sin supervisión adulta como pasajeros de un tren nocturno y en la que deben demostrar su astucia. Y otra, en la que un abuelo y un padre viven una carrera contra el tiempo por reencontrarse con los niños en la estación de destino. Dos aventuras llenas de locura, acción, improvisación y risas.
Los pequeños están liderados por un chico lleno de ideas, y también un poquito de maldad, y cada uno tiene la oportunidad de demostrar sus habilidades y poner en práctica sus conocimientos. Las ciencias, las artes y los deportes se unen para superar la adversidad, y la convivencia en el tren convierte a estos niños en un verdadero equipo capaz de enfrentarse al más cruel de los villanos: un revisor que odia a los niños.
Los adultos también se ven obligados, a pesar de las enormes diferencias, a trabajar como un equipo. Los dos personajes luchan por llegar a su destino, deben tratar de aceptarse y comprenderse. Tras el humor y la exageración reside un pequeño relato de superación y conocimiento propio que dota a los adultos de un lado un poco más profundo y reflexivo.
La estructura de este filme es muy sencilla y fácil de seguir. La pantalla está dominada por planos contra plano, planos generales que permiten situar al espectador y movimientos de cámara que acentúan la emoción del momento. La historia es totalmente lineal y en este recorrido por las 24 horas muestra las distintas facetas de cada una de sus partes. El hambre, el sueño, el aburrimiento y las prisas de un día cualquiera se suman a las dificultades de la situación, y todo esto está perfectamente encarnado en las actitudes de los niños.
Las emociones y sensaciones se manifiestan tanto en los adultos como en los niños. El miedo, la confianza, el arrepentimiento y el descubrimiento es compartido por todos y de alguna forma los adultos viven así una reconexión con la niñez.
Las risas en la sala demuestran que la obra llega a ser muy entretenida y graciosa para la mayoría del público. Desde disfraces y caídas hasta las formas más ingeniosas de engaño. Los niños se salen con la suya y los padres no pueden hacer más que desesperarse. Sin embargo, entristece que otra gran parte de estas carcajadas que resuenan en la sala sean una respuesta a bromas sexistas escondidas tras la máscara de la ironía y comentarios negativos hacia las personas con ansiedad y otras enfermedades, los ecologistas, los hippies, y el uso del lenguaje inclusivo. Como si la salud de un hombre lo pudiese convertir en “menos hombre” o la decisión de tener un estilo de vida diferente fuese un perfecto motivo de burla.
El largometraje es divertido y seguramente una gran oportunidad para volver con los niños a las salas de cine, pero su mensaje puede ser amargo. Un personaje “guay” que basa su humor en el sexismo y la burla de otros puede no ser el mejor ejemplo para un niño que está aprendiendo a socializar. Un personaje “pringado”, que padece de ansiedad y asma, y que no es respetado por casi nadie puede generar grandes sentimientos de inseguridad en un joven tratando de encajar. Que la solución a la falta de hombría sea coger un arma y disparar sin consecuencias al cielo es quizá una pésima solución al conflicto interior de un personaje que está perdiendo el amor de quienes lo rodean.
Esta comedia familiar muestra la aventura con la que cualquier niño sueña, una muestra de la capacidad e independencia de pequeños y rebeldes estudiantes de primaria, a la par que ofrece una interesante historia con matices de acción y reflexión para los adultos que más se identifiquen con los padres de la historia. Para muchos, una carajada garantizada, para otros un mensaje muy amargo.