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Ad Astra, la nueva joya de James Gray, aterriza en unos años prósperos para la ciencia ficción y aporta su granito de arena -o más bien montaña- al panorama actual, incorporándose al cofre del tesoro que conformarían las últimas películas de Villeneuve y Garland. Si bien es cierto que la adaptación de El corazón de las tinieblas que nos proporciona el director tiene poco que ver con Blade Runner 2049, el riesgo y atrevimiento que asume es lo que la convierte en una de las propuestas más interesantes de 2019.
Seguimos a Roy McBride, un astronauta que se ve obligado a viajar a los confines del espacio en busca de su padre, desaparecido más de una década atrás. A raíz de este viaje desentrañará los misterios de una amenaza que se cierne sobre la Tierra.
Pese a tener un espíritu aventurero, Ad Astra no renuncia a la introducción de preguntas filosóficas y reflexiones sobre la naturaleza humana y su lugar, todo ello canalizado a través de un Brad Pitt roto, un alma en pena que viaja por la galaxia. La soledad de su protagonista, sufridor de un trauma paternofilial y problemas conyugales, es lo que la convierte en una de las películas de ciencia ficción más melancólicas e íntimas de la historia del cine, que vagamente recuerdan a 2001: Una odisea del espacio o Solaris, pero de mayor fragilidad.
Así mismo, la desbordante imaginación del director para representar un mundo futurista (en el que las estaciones espaciales se convierten en centros comerciales y el turismo a la luna es algo habitual) acompañada de la hipnótica fotografía le sirven para componer una puesta en escena que nunca hemos visto, destacando tremendas set pieces como la que abre la película o una persecución en la luna que podría pertenecer a una ficticia Mad Max: Furia en la carretera dirigida por Terrence Malick.