2´5 Butacas de 5
Estamos ante el segundo largometraje de Michèle Laroque, por lo cual no podemos comentar mucho de la carrera del cineasta, y en lo personal su anterior película ‘Una mujer brillante’ no me sonaba.
Durante la película acompañaremos a Catherine y Yann, un matrimonio aparentemente normal, pero que está en un momento algo bajo porque Catherine se siente ignorada por Yann, todo eso empezó a suceder a raíz la repentina fascinación de Yann por los bonsáis tras vender su anterior negocio. A todo esto, hay que añadir que su hija Anna junto a su pareja Thomas, se ven obligados a convivir en el mismo techo que sus padres.
Con esta premisa no cabía mucho que esperar, más que un chascarrillo cómico que funcionase, y eso es lo que encontrarás, ni más ni menos.
La película funciona mucho mejor cuando el humor que plantea Michèle Larogue es algo más sutil, pero desafortunadamente hay veces que la cinta fuerza situaciones que, en lugar de resultar divertidas, provocan vergüenza ajena sin querer provocarlo.
Por otra parte, ‘Dios mío, ¡los niños han vuelto!’, no resalta en ninguno de sus apartados técnicos; tiene una dirección plana, como si fuese hecha en piloto automático, la fotografía se limita a cumplir, y la banda sonora tampoco es muy destacable.
Quizás el mejor personaje de la película sea Yann, el padre de familia, que pese a ser un personaje bastante cliché, protagoniza los momentos más divertidos del filme, como la conversación con su psicólogo o sus continuas comparaciones de los seres humanos con los bonsáis. El resto de personajes son vacíos, nunca llegamos a conectar con ellos y funcionan a trompicones.
He de reconocer, que aún con todos los defectos mencionados, la película entretiene y se hace bastante amena, pero claro, una vez acaba la cinta uno se queda con la sensación de que ha visto esta película muchísimas otras veces, y que pese a ser algo simpática por momentos, no aporta nada nuevo.