4 Butacas de 5
La Nuée (La Nube) viene de la mano de Just Philippot como cine de primera calidad. Esta es una historia original, fresca e innovadora escrita por Franck Victor y Jérôme Genevray, cuyo guion puede encontrar algunas similitudes con películas como “Los Pájaros”, de Alfred Hitchcock, o “Sucesos en la IV Fase”, de Saul Bass. La fotografía de Romain Carcanade abruma durante toda la película y su luz transmite naturalidad desde el principio. Es cálida y reconfortante, pero también azul y tibia cuando acecha el peligro y el horror.
El montaje de Pierre Deschamps es simplemente sensacional, golpea con el sonido e impacta en los momentos más inesperados. Mención especial ha de recibir Vincent Cahay, compositor de la banda sonora original de la película, que participa como un crescendo continuo que se convierte en un muro de sonido angustioso; en una “nube” de estupor que impera en el filme.
El drama es protagonizado por Suliane Brahim (Virginie), quien está brillante y transmite de manera casi transparente el dolor y sufrimiento de una madre soltera que da su sangre y su vida por sacar adelante el proyecto de su difunto amor, por mantener a sus hijos. Ello sumado a la dificultad que supone respetar el medio ambiente. La conmoción está asegurada. Su interpretación, junto con la de Marie Narbonne (Laura) son una de las piedras angulares de la película.
El pulso narrativo de La Nube es cuanto menos, extraordinario, el texto es realista, su ambientación natural y apacible, pero comienza a adquirir tintes tétricos y psicodélicos conforme avanza el metraje.
A pesar de las referencias a historias anteriormente citadas, La Nube no es una película de terror, es una analogía de una inteligencia emocional de lo más notable, que construye su propio sentido; es una dramática relación de una madre con sus hijos entre los que se incluyen sus saltamontes, en los cuales habita el espíritu de su marido.
La nube es la frustración que se alimenta de ella, que la carcome y la va despedazando poco a poco, la nube es su estado mental y anímico, y todo ello subyace a una idea que para muchos puede llegar a ser desconocida: la belleza que reside en la crueldad de la naturaleza, siempre cíclica.
De entre todas las preguntas que nos puede suscitar la película, esta puede incluso llegar a formar parte de una lección para todos nosotros, pone al ser humano frente a un espejo, en el que vemos cómo nos comportamos con la naturaleza y cuál es el camino que seguir.
Por supuesto, su estancia en el Festival de Sitges es meritoria. Es perspicaz, sensible, terrorífica y merece la pena verla, dejando a un lado nuestras fobias a los insectos.