4´5 Butacas de 5
Shaka King dirigiendo, junto con Sean Bobbitt en fotografía (Doce años de esclavitud, Shame) y productores como Jeff Skoll (Roma), Jason Cloth (Joker) y Ryan Koogler (Creed II) nos cogen de la mano y nos llevan a Chicago, a los tardíos años 60. Desde el inicio hasta el final, la película se mantiene en una atmósfera bella e increíblemente forjada, con una ambientación muy disfrutable. Sean Bobbitt realiza un trabajo sublime y ello se ve reflejado en la pantalla: una fotografía cuidada y estudiada, simétrica, con una paleta de color exquisita, tenue y de colores que construyen sensaciones. Lakeith Stanfield (Bill O’Neal) colabora enormemente en ello, su actuación conmociona y el espectador no encontrará reparo ninguno en identificarse con su ansiedad, con su continuo e incesante temblar. Daniel Kaluuya (Fred Hampton) por otro lado, nos hace vibrar en el asiento con sus interpretaciones, su portento y su aplomo nos hacen formar parte directamente de la revolución que persigue, y junto a Dominique Fishback (Deborah Johnson) envuelven la trama de ternura y verdadero valor. No debemos olvidar mencionar a Mark Isham (Crash) que, junto con el compositor de Jazz Craig Harris, son capaces de poner los pelos de punta con sus intensas melodías, originales y experimentales de, en ocasiones, pura improvisación.
La historia que se nos narra no es compleja, es liviana y fluye con buen pulso durante la película. Es verdaderamente fiel a los hechos, casi se trata de un biopic, es Historia de los Estados Unidos. Es una justa demanda de cambio, de transición de los valores y comportamientos arcaicos y elitistas que afectan a los ciudadanos más vulnerables. Una historia que marca realmente cuáles son los límites a los que llega el racismo y cuán grande es la respuesta multicultural del pueblo ante una guerra injusta (Vietnam) y un liberalismo económico terriblemente cruel.
Más allá, es una historia de continua traición, cuyo dolor cala hasta los huesos. Aun conociendo con antelación a su Judas, el filme no deja de ser magnífico en todos sus aspectos.El ritmo es cambiante, es frenético y también lento, avanza en un continuo vaivén con la acción dramática. Cuando se pausa, es capaz de causar situaciones de verdadero terror y dejarnos sin aliento. Kristan Sprague (montaje) desempeña en este aspecto un papel fundamental.
La luz en Judas and the Black Messiah tiene voz propia y también nos habla; es una de las razones por las que podemos encontrar un notorio cuidado en su fotografía. En ocasiones en las que aparecen los oponentes de los protagonistas de esta historia, la luz nos ciega, se vuelve pálida, fría y molesta, nos abandona esa cómoda y tenue atmósfera en la que transcurre la historia.
A rasgos generales, presenta un lenguaje fílmico de lo más rico, resulta ser una película con un estilo muy marcado y original. Es épica, es impactante, aguda, conmovedora, sensible, y muy eficazmente sortea los obstáculos a los que están sometidos los filmes de corte documental; la “monotonía”, a veces, de la misma realidad a la que refieren. La historia de Fred Hampton es una mina de oro, y Shaka King tiene en sus manos desde el principio una historia que hace falta relatar, que hace falta ver, y a poder ser, en la gran pantalla. Una vez finalizada su visualización, Judas y el Mesías Negro merece sin lugar a duda estar nominada a esos seis premios Óscar.