2´5 Butacas de 5
John Lee Hancock (El Fundador, Un sueño posible) nos trae esta vez una historia que puede presumir de cotidianeidad, de la mano de Denzel Washington como entrañable protagonista, un Rami Malek de “poli malo” no demasiado creíble y Jared Leto, que no decepciona, de nuevo, en su ya explorado perfil de villano y de personaje con serios trastornos psicológicos.
Hancock vuelve a compartir película con Robert Frazen en montaje (El Fundador, Emboscada Final) y fotografía con John Schwartzman (Emboscada Final, Al encuentro de Mr. Banks). El montaje de Frazen no queda nada lejos de la norma general; no realiza un mal trabajo intercalando planos, destaca algún que otro frenético cambio de ritmo, que agiliza la conversación y nos pega a la butaca de la velocidad. Schwartzman en fotografía no denota demasiado, y más allá de algún encuadre fallido, buscado o fuera de lo común se mantiene dentro de los dogmas.
Como compositor, Thomas Newman mantiene su estilo y despunta en alguna escena con un poco más de nervio utilizando su recurso del reloj (como en la galardonada 1917), o el predominio del arpa en situaciones de misterio (Wall·E).
El argumento, escrito por el mismo Hancock, forja sus cimientos alrededor de la historia de un sencillo sheriff entrado en años, Deke (Washington), cuya profundidad psicológica queda lejos de destacar, aunque en algunos momentos sea manifiesta. Deke es un buen hombre, cristiano, aunque de dudosa fe, que deambula atormentado por un fatídico error de su pasado.
Baxter (Malek) parece entrar en ese perfil de detective violento y propenso a saltarse las normas, que cristaliza en su relación con el sheriff en un papel de “pseudo-pupilo” que se hace el duro, pero finalmente sigue el ejemplo de su compañero veterano, más mayor y sensible. Deke es un efímero padre para Baxter, y aunque mantengan sus diferencias, el destino del detective será un inevitable paralelo al de su mentor.
No obstante, y aun siendo doloroso reconocerlo, la figura de Baxter nos aparece en la película de manera casi roma, sin apenas aristas o puntos que destaquen o favorezcan la identificación del espectador con el personaje. No se origina una motivación o una meta en un personaje de manera marcada, ni un conflicto u obstáculo que deban sortear. Pasa desapercibido, como muchas otras características del filme, que, sin duda alguna son potencialmente buenas, pero caen en un continuo “parecía que sí”.
En suma, a la vista de la ingente cantidad de películas que alberga un género tan explotado y masticado, el texto de Hancock no funciona, no deja poso ni apasiona; es menester innovar.