3´5 Butacas sobre 5
Fue hace más de 50 años cuando una pequeña película francesa de poco presupuesto y recursos limitadísimos hacía historia ganando la Palma de Oro y el Oscar a Mejor Película Extranjera, posicionándose como uno de los grandes melodramas franceses de la historia. Quizás ese amor de un director a su pequeño proyecto es lo que originó que veinte años después siguiese explorando esa relación en una segunda parte y ahora, otros veintitrés más tarde, en una tercera.
Actualmente Luis Duroc está ya en una residencia y comienza a sufrir los estragos del Alzheimer, recordando únicamente los momentos compartidos con Anne muchos años atrás. Su hijo decidirá ir en busca de Anne para que se reencuentren y establezca de nuevo contacto con aquel hombre que no deja de soñar con ella.
La referencia que viene rápidamente a la cabeza pensando en Jean Louis Trintignant y enfermedades es Amor, de Michael Haneke. Sin embargo el trabajo de Lelouch es radicalmente distinto en su fondo. Mientras que a Haneke le interesaba el sufrimiento y arrastrar al espectador en una espiral de dolor de la que no pudiera escapar, Lelouch se centra en la exploración del recuerdo, del tiempo pasado y de cómo las personas cambian. Compone una serie de imágenes y diálogos que, si bien en ocasiones pueden ser tristes o melancólicos, en su mayoría son bellos y esperanzadores; llenos de honestidad y de encanto.
Es un canto a la época pasada, a los recuerdos vividos y a lo que pudo ser y no fue. Una reflexión sobre la vida y el paso del tiempo, pero también sobre el presente y la felicidad.