3´5 Butacas de 5
Hay decisiones vitales que nos transforman, nos hacen ser diferentes o quizás replantearnos actuaciones que con el tiempo pretendemos cambiar. Sin duda la vida ofrece un viaje siempre interesante para todo aquel que la vive con ganas. Un camino en el que vayamos donde vayamos y hagamos lo que nos apetezca, tratamos de superar los conflictos.
14 días, 12 noches no es solo un viaje a la intimidad o a la superación del sufrimiento, es el reencuentro de dos seres con la felicidad interior, aquello que simboliza una barrera y que tratan de superar conjuntamente. Dirigida por Jean-Philippe Duval, el largometraje deja caer su peso en diferentes temas como la superación del duelo, sobreponerse a las adversidades y el cerrar heridas del pasado que han descompuesto la inocencia infantil hasta convertirla en tristeza.
Tras la muerte de la hija adolescente de Isabelle, la madre adoptiva, conmocionada por el fatídico hecho, regresa al orfanato vietnamita con la esperanza y necesidad de conectarse emocionalmente con su hija Clara a través de su tierra natal. Allí se encontrará con la madre biológica de su hija, una mujer que no tuvo oportunidad de criar a la fallecida y que servirá como punto de inflexión a una historia emotiva, dramática pero que nos permitirá cerrar incluso nuestras heridas interiores.
Anne Dorval y Leanna Chea están inmensas en la película. Sus interpretaciones son sin duda la gran baza de una historia que, aunque se haya visto desde otras fórmulas cinematográficas, aquí las dos consiguen que el espectador empatice con ellas gracias a la atmósfera, los silencios, diálogos y al dolor natural porque amar como una madre va más allá de los límites de la realidad.
Bien es cierto que, en algunos transcursos de la película, el ritmo decaiga, provocando que la trama vaya sobre rueda y no a trompicones, pero la melancolía que se respira le sienta de maravilla a una película cuidada en los espacios, con una fotografía brillante además de una reflexión que va más allá de la vida.