Tras ver a un De Niro en estado de gracia en El irlandés, parece que se ha tomado un periodo de descanso para hacer reír al público, algo que probablemente muchos necesiten. Y es que, si hace apenas unas semanas estrenaba En guerra con mi abuelo, cierra este fatídico año con otra cinta cómica un poco más alejada de los estándares familiares, pero no por ello menos disfrutable.
La última gran estafa se trata de un remake de la película homónima de Harry Hurtiz de los años 80 que, pese a que nunca llegó a estrenarse, una de las pocas personas que pudo verla fue George Gallo (Mi novio es un ladrón, Bigger), director de esta nueva versión. Si bien nunca sabremos lo que hizo Harry Hurtiz en la película original, sí se puede afirmar que la nueva versión de esta historia posee los elementos necesarios para convertirse en una cinta disfrutable y una oda al western, género de capa caída en nuestros días.
La historia sigue los pasos de Max Barber, un productor de cine de serie B que, tras el fracaso de su última película, se encuentra en graves problemas con la mafia local, por lo que decide producir un nuevo film repleto de escenas de alto riesgo con el objetivo de provocar la muerte de la estrella principal y así cobrar el seguro con el que saldar su cuenta.
Con un punto de partida a lo Perdición (Billy Wilder) en concepto de seguros, la película arranca como película sin gracia en la que Robert De Niro y Morgan Freeman realizan papeles exagerados rozando el histrionismo y la parodia en una historia que, hasta el momento, parecía moderadamente seria. Sin embargo, todo cambia al cabo de 30 minutos, cuando la película encuentra su verdadero tono y razón de ser recreando el rodaje de un western cuya baza principal es el retorno del héroe (en este caso encarnado por un Tommy Lee Jones bastante medido y ajustado a su papel). Y es ahí, en la recreación de un rodaje, cuando la película, no exenta de algunos chistes sonrojantes, se convierte en un digno entretenimiento para aquellos que busquen, simplemente, eso.
Así, dejando de lado el alargamiento de escenas insustanciales del primer acto, la cinta encuentra a la mitad su propósito y celebra al western de forma disparatada, incluyendo referencias (de lo más locas) al cine de los 60, a sus héroes e incluso a todo el proceso de producción de una película, pasando de ser una autoparodia a una cinta verdaderamente entretenida y, por qué no decirlo, graciosa.