2,5 Butacas sobre 5
Más vale tarde que nunca. Si hay un consabido dicho que se puede aplicar a la película que nos atañe, sin duda es este, pues es ahora, dos años después de su estreno nacional, cuando nos llega a España Cuatro manos, el debut cinematográfico de Oliver Kienle. También se le podría atribuir el refrán de Hasta el rabo todo es toro, y es que el film en cuestión no alcanzó el interés de quien escribe las presentes líneas hasta bien empezada su segunda mitad, cuando la dualidad del personaje protagónico toma mayor fuerza y el film se termina de decantar por uno de los múltiples géneros con los que flirtea durante gran parte del metraje. Hasta entonces, Cuatro manos no deja de dar palos de ciego con el cine de secuestros, el drama introspectivo, el romance, el thriller de acción y el thriller psicológico. Una vez que toma las riendas de lo que quiere ser ya es demasiado tarde para salvar la totalidad del barco, un barco que naufraga en aguas turbias y nada claras durante setenta minutos y que llega a buen puerto (aunque no con toda su estructura en pie) gracias a un giro de guion final que resignifica todo lo que hasta entonces habíamos visto y que hace que el regusto que nos queda al término de los créditos finales no sea tan amargo como el que teníamos en la primera mitad de la cinta. Asimismo, su originalidad, más física que argumental, a la hora de mostrar las dos mujeres que habitan en el cuerpo y mente del personaje principal hará que el aficionado al género “Dr Jekyll y Mr. Hyde” menos exigente salga satisfecho de la sala.
En cuanto a su aspecto formal, decir que la elegancia que le atribuyeron algunos de los espectadores que pudieron ver la película mucho antes que nosotros es más austeridad bien aprovechada que elegancia real. Los claroscuros presentes en casi la totalidad del film y los tonos térreos que caracterizan y acompañan la mayoría de sus fotogramas pueden llevar a equívoco, pero no nos engañemos: la estética de Cuatro manos es tan impersonal como rutinaria es su puesta en escena. Es de aplaudir el intento de Oliver Kienle de ofrecer algo fresco y “diferente” dentro del panorama cinematográfico actual (y no podemos decir que su película esté exenta de aciertos), pero su film no destacará por suponer un riesgo a la hora de colocar y mover la cámara ni de utilizar planos originales, pese a que el recurrente plano oblicuo utilizado para transmitir la inestabilidad emocional de la chica protagonista, además de reiterativo sea, en muchas ocasiones, efectivo.
Así pues, nos queda un conjunto poco rescatable en lo formal y bastante caótico en lo narrativo que confundirá al espectador cuyo interés no sea captado desde los primeros compases de la cinta. Eso sí, su giro final y su capacidad de deconstruirse y resignificarse es digno de aplauso y recomendación. ¡Bienvenido, Oliver!