4 Butacas sobre 5
La adicción es un concepto que siempre se nos presenta como lejano, inalcanzable, imposible… Si total, “a mí nunca me va a pasar” “yo controlo”, pero es entonces cuando esa delgada línea que nos separa de lo improbable acaba por sobrepasarse por no ser capaces de parar, de creernos dueños de un problema, de una enfermedad, que al igual que cualquier otra, no se elige. En mil pedazos nos hace una reflexión sobre lo duro que puede llegar a ser el proceso de desintoxicación, como por un instante de diversión, de querer evadirnos, de olvidar todos esos problemas que a veces nos sobrepasan, terminamos por sumergirnos en un mundo que nos destruye, de, como bien dice el título de este largometraje, rompernos en miles de fragmentos.
James Frey (Aaron Taylor-Johnson) es un joven drogadicto que se encuentra al borde del colapso debido a la cantidad de excesos que ha mantenido la mayor parte de su vida, empezando en su temprana adolescencia hasta día de hoy. Esta situación tan desesperante preocupa a su hermano, Bob (Charlie Hunnam), que lo lleva a un centro de rehabilitación en Minnesota con la esperanza de que supere su adicción. Allí conocerá a varios pacientes, entre ellos a Leonard (Billy Bob Thornton) que junto con Lilly (Odessa Young) lo ayudarán a forjar ese arduo camino que supone comenzar a estar limpio, y que se convertirán para James, en una razón más para intentar seguir adelante.
Esta adaptación cinematográfica de la tan controvertida obra autobiográfica A Million Little Pieces de James Frey nos narra el difícil proceso que supone salir de esa difusa realidad que produce el estar bajo los efectos de las drogas y como todos los actos que ello conlleva tienen sus consecuencias. Cómo afrontar el problema, aceptarlo y reconocerlo, pues solo así se le podrá buscar una solución y, sobretodo, quererse dejar ayudar.
En mil pedazos está cargada de una atmósfera pesada, densa, desagradable…que nos hace experimentar todas esas emociones que el propio protagonista vive durante su rehabilitación y con las que, bajo mi punto de vista, Aaron Taylor-Johnson, nos hace conectar casi a la perfección.
Aun así, pese a parecer en un principio una cinta un tanto pesimista o incluso desalentadora acaba por convertirse en un reflejo de un drama cualquiera que transmite siempre el mismo mensaje: que debes vencer no darte por vencido. No destaca, no impacta todo lo que debería, no nos muestra un mundo excesivamente oscuro, crudo como en cintas como Réquiem por un sueño (2000) donde la adicción a las drogas te embiste de semejante manera que el simple hecho de pensar en consumir te revuelve por dentro. Es decir, termina por quedarse en la idea de un poco más de lo mismo, pero que nunca está de menos ver para reforzar la conciencia.