4´5 Butacas de 5
A nivel mundial, 2020 no ha sido un año cualquiera; de hecho, se podría decir que ha sido el año más atípico que el ser humano vaya a recordar en mucho tiempo. Olvidar, mucho menos. Se recordará por diversos motivos, entre ellos: el debut cinematográfico de la cineasta georgiana Dea Kulumbegashvili, quien nos regala una cinta tan compleja como su apellido. A muchos de los que no visualizamos en su momento la película, nos sorprendió que el 24 de septiembre el que fuese director de Cegados por el sol le otorgase, nada más y nada menos, que cuatro premios en el Festival de San Sebastián (Mejor película, mejor director, mejor guion y mejor actriz), consiguiendo así el récord de palmarés en dicho certamen. Una vez que la vemos, no sorprende, al revés: lo extraño hubiese sido que no hubieran galardonado a tal magna obra. Se vio el óptimo gusto que tiene Guadagnino por el arte, no como otros que no saben justipreciarlo y huyen de la sala a mitad de proyección.
Naturaleza y violencia son temas que palpamos con gran fervor en la filmografía de Lars Von Trier, aspectos que trata Dea con gran reflexión y magnitud en su primera incursión en esto llamado cine. Y ambos términos se trazan en línea perpendicular y con fino grosor para que el espectador sea consciente y profundice con el dolor y la aflicción vista en pantalla, una angustia personificada por una Ia Sukhitashvili estremecedora.
Ver Beginning es como contemplar una obra de arte en movimiento, y como toda obra de arte, no tiene por qué ser del agrado de todos para que se revalorice. Los cuadros más desagradables de Rubens, Gericault o Caravaggio son dignos de ser admirados, ¿no? Pues, ¿por qué no lo iba a ser lo nuevo (y lo último) de Kulumbegashvili, que muestra en su atmósfera perturbadora su lado más chusdeño (los amantes de la naranja mecánica sabrán de qué estamos hablando)?
Este título cuenta con secuencias extensas y poderosas que se quedarán guardadas en la retina del respetable durante más tiempo que nuestros más profundos secretos. Aquí los silencios se hacen notar más que un estruendoso ruido, y los planos son más propios de un autor experimentado que de un novel (lo cierto es que hay directores que aunque rueden hasta la hora de su muerte no conseguirán la maestría definida en esta ópera prima). Con tan solo asistir a su primer acto, vislumbramos que no vamos a estar ante un filme convencional, y al poco tiempo se nos consigue enredar en un aliento costumbrista e introspectivo que sobrepasa la pantalla, quedándonos petrificados tanto física como psicológicamente en la butaca. La directora georgiana, en su conclusión, rompe la verosimilitud de su conjunto con aires de Jonathan Glazer.
En definitiva, para el que escribe estas líneas, Dea Kulumbegashvili presenta un incómodo aura en esta contemplativa obra maestra que te absorbe la energía con su destreza artística. Seguramente estemos ante una cinta que no sea para todos los paladares, pero quien no sepa apreciar su calidad cinematográfica, probablemente se encuentre en un estado de demencia senil. Esta ópera prima se estudiará en las grandes escuelas de cine. Recuerden este año porque ha nacido una estrella.