4 Butacas de 5
Handia, La Trinchera Infinita, Loreak, El Negociador o las más recientes Ane y Akelarre son unos de los pocos ejemplos de las grandes y notorias producciones vascas de estos últimos años, y es que a lo largo de la Historia de nuestro Cine, el País Vasco ha tenido mucha parte de culpa del éxito cosechado. En su segundo trabajo, Imanol Rayo (Dos hermanos, 2011), con su estética sucia y bizarra consigue que el espectador viaje a otros filmes más propios del siglo pasado que de este, alejándose así del thriller convencional y aproximándose más a un especulativo y atractivo noir.
Lo más significativo y destacable de esta obra es su plausible nivel de dirección, pues gracias a sus intensos y sepulcrales planos fijos se muestra el lado más veraz y desgarrador de los protagonistas, consiguiendo ensalzar con la cámara la actuación de los personajes. El cineasta navarro logra que cada pequeño detalle se magnifique, como también que la psique humana capte y reflexione sobre sus inmobles fragmentos. También tiene tiempo para alejar y separar del foco a las figuras actorales de sus diálogos para que el respetable profundice e imagine sobre lo que está acaeciendo en el escenario.
Imanol sazona su creación con un ritmo pausado y una honda respiración para que finalmente se indague sobre ella. Pese a encajar las piezas a la perfección en el perturbador caso que nos presentan, puede resultar confusa su percepción de espacio y tiempo, logrando que el público se convierta en un audaz investigador más de este inquebrantable rompecabezas. La naturaleza de las imágenes y los elementos que constituyen los encuadres simbolizan los pecados, la responsabilidad y el dolor de un homicidio que no conoce piedad, en el que el apuntador debería preocuparse.
No es su digna labor de realización lo único encomiable de la película. Este trabajo rural cuenta con un plantel actoral tan determinante como provocador. Una ardiente y rígida Itziar Ituño, un reflexivo y meditabundo Eneko Sagardoy y un pensativo y observador Yon González (entre otros) impregnan en su rostro la fúnebre y expectante atmósfera que envuelve a la obra. Y, aunque sólo intervenga un par de veces en pantalla, la aparición de la que es para este crítico la mejor actriz de nuestro país debería ser motivo y excusa para que el espectador se acerque a las salas a ver este largometraje. Efectivamente, estamos hablando de una intérprete que el ferviente seguidor de Jonás Trueba reconocerá nada más verla: Itsaso Arana.
En definitiva, para el que escribe estas líneas, Hil Kanpaiak es una perpleja, tensa y sepulcral cinta cocinada a fuego lento. Con pinceladas de maestría, Imanol Rayo convierte su thriller vasco en una clásica dramaturgia atemporal. Últimamente en el norte de España se suelen rodar títulos sombríos y punzantes, y este no iba a ser una excepción. Un filme en el que si este servidor fuese apuntador, huiría hasta que le fallasen las piernas.