4 Butacas de 5
Cartas, piedras, amor… La última película de Nils Tavernier (Aurore, L’odyssée de la vie) nos trae un relato que da vida a Ferdinand Cheval, con un toque de ternura impresionante.
Personaje de la historia cultural de Francia, interpretado por Jacques Gamblin (Con todas nuestras fuerzas, Los nombres del amor), parco de palabras que decidió construirle un palacio a su hija. Pero no era un palacio cualquiera, sino la representación de todas las historias que tenía en su cabeza y con la mejor intención de todas, hacer feliz a su hija.
Con la compañía de Laetitia Casta (El centro del horizonte, No molestar) interpretando a su segunda esposa, se nos enseña un hogar complicado. Pero donde también se nos muestra una comunicación que va más allá de las palabras.
A través de una conjunción entre dirección de arte y fotografía, te ayudan a permanecer en todo momento en la historia; acabando por comprender al protagonista a la perfección a través de esa comunicación tan especial que desprende con cada gesto. La naturaleza, los sonidos y los escenarios no dejan de ser un indicativo de vital importancia para cada fase del largometraje, que también nos sitúan perfectamente en la época. Aunque algunas de las elipsis temporales son algo extrañas; sin llegar a colocar bien al espectador en el relato, eres capaz de recoger el hilo del argumento.
Al fin y al cabo, no deja de ser un buen ejemplo de la adaptación de una historia que tuvo lugar en la región de Drôme, al sur de Francia; por lo que se nota un cuidado ambiente rural; aunque se base en la idea estereotipada de la relación personas de pueblo y cultura; si bien es una buena baza para algunas de las situaciones que se dan. Bebe, además, de los típicos dramas rurales, de los que se emplean elementos narrativos para poder darle a la historia de Cheval un formato más llamativo.
Un relato sobrio adornado con, como ya hemos dicho, una ternura detallista que retrata la emoción palpable de quien lleva una historia así en el corazón. Una construcción, no solo de piedras sino también de recuerdos y sueños. Y, sobre todo, un largometraje que demuestra cómo la fe y la paciencia pueden prevalecer sobre lo demás.