4 Butacas de 5
Si el 2020 tuviera una voz propia, muy probablemente sería la de Tilda Swinton. Sólo un ser andrógino cuasiextraterrestre como ella sería capaz de dilucidar el rumbo que tomará la humanidad, actualmente en decadencia y sumida en el más oscuro de los miedos , tal y como ya hiciera en otro estreno de este mismo año: Last and first men de Jóhann Jóhannsson. Si en aquel film, que nos mostraba un futuro donde el ser humano había evolucionado hacia dieciocho especies distintas, sólo escuchábamos la voz de Swinton , en La voz humana, último trabajo de Pedro Almodóvar, es la de su interlocutor la que no escuchamos pero sí imaginamos constantemente gracias a un guion que rescata, redefine y actualiza la obra monologuística de Jean Cocteau, que ya sirvió de referencia a pretéritos filmes del cineasta manchego como La ley del deseo (aquí claramente homenajeada) o Mujeres al borde de un ataque de nervios.
No es la primera vez que la breve pero intensa obra de Cocteau es trasladada a la gran pantalla. Si ya hemos hablado de las diversas películas que Almodóvar dedicó a dicha ficción, no podemos pasar por alto la adaptación que Roberto Rossellini llevó a cabo en su película El amor (L’amore,1948). En aquel film, el cineasta italiano optó por traducir al celuloide La voz humana de la forma más fiel posible. Entonces, una inconmensurable Anna Magnani (protagonista de los dos episodios que conforman la cinta: La voz humana y El milagro) se valía exclusivamente de una cama y un teléfono para trasladarnos el dolor de la mujer protagonista. El sucio blanco y negro de la película reforzaba el tono apesadumbrado del relato, contado, como en el cortometraje de Pedro, en media hora. Por su parte, el director de La Piel que habito ha vuelto a la obra que tantas veces le ha servido de inspiración para afrontarla directamente y pasar sus ingredientes por esa batidora llamada El deseo y cocinar su propio gazpacho, rojo, por supuesto, como las distintas vestimentas que pasea Swinton a lo largo del metraje ( cortesía de la firma Balenciaga), que ejemplifican la elegancia estética que caracteriza un film que compendia todo el universo almodovariano, desde la paleta de colores vivos que tantas veces hemos visto en sus películas hasta una serie de planos que cualquier fan de quien rubrica Dolor y gloria reconocerá (el plano cenital de Swinton tumbada en la cama en posición fetal es uno de tantos ejemplos), pasando por las múltiples referencias a otras cintas de su filmografía (como así lo atestiguan el mencionado homenaje a La ley del deseo, integrado de forma natural en una de las líneas del guion declamadas por la actriz protagonista; o la presencia de un libro de Alice Munro, escritora cuya obra sirvió de base para la excelente película Julieta) o los habituales violines de Alberto Iglesias, que en la obertura y en el cierre de este operístico film ofrecen su faz más poderosa.
Como poderosa es, en todos los minutos del corto que nos ocupa, Tilda Swinton. Son los hombros de la actriz británica los que sustentan todo el film, y no necesita más que su voz, sus gestos y su versatilidad a la hora de mostrarnos las distintas fases emocionales por las que pasa su personaje (desde la más irracional de las iras hasta el renacer de ese fénix que se resigna a dejar morir su plumaje, pasando por el autoengaño que la impide afrontar la realidad y el desconsuelo de quien ha perdido un gran tesoro vital) para volver a demostrar, por millonésima vez, que es una de las mejores actrices de la actualidad. No deja de resultar curioso que sea la alienoide (y aquí robótica en buena parte del relato) Tilda Swinton quien protagonice una película llamada La voz humana, film que, pese a su carácter sintético, nos ofrece un complejo y ameno ejercicio autorreferencial que hará las delicias de cualquier aficionado al cine de Pedro Almodóvar, quien, en su primer trabajo en inglés, vuelve a evidenciar que su maestría en esto de hacer películas es universal.