4 Butacas de 5
El día hoy se presentaba lluvioso, pero gracias a Allen y sus preciosas Medianoche en París y Día de lluvia en Nueva York me he acostumbrado a ver el encanto de la lluvia (como bien dijo el personaje de Allen en Sueños de un seductor: “Me encanta la lluvia… Barre los recuerdos en la acera de la vida”). Además, era día de celebración: Rifkin’s Festival llegaba a la cartelera en un año en el que se ha ido posponiendo un estreno tras otro. Y menos mal que este no ha sido el caso, pues estamos hablando de una de las películas del año que, al menos un servidor, necesitaba para levantar el ánimo.
Y vaya si lo hace. En esta ocasión vuelve a España, territorio que ya pisó en 2008 con la fantástica Vicky Cristina Barcelona. Ahora le toca turno a San Sebastián y, además, en época de festival de cine. La película sigue a un matrimonio que viaja al Zinemaldia por trabajo. Ella es agente de prensa; él, profesor de cine jubilado y escritor incipiente en busca de una obra maestra digna de Dostoievski. En cierto modo, todo suena a ya visto, y puede que lo sea, pero la magia y el ingenio del director hacen, una vez más, las delicias de cualquier espectador acérrimo a su cine.
Los paseos solitarios del personaje de Wallace Shawn -que bien podría haber sido interpretado por el propio Woody Allen- por San Sebastián sirven como postal de una ciudad en su semana de esplendor, en la que vino, fiestas y diversión en la playa se entremezclan conformando un cóctel perfecto. Evidentemente vuelven a aparecer los temas más recurrentes en su cine: el final de amores y comienzos de aventuras idealizadas, el porvenir de las personas e incluso el cuestionamiento de la existencia y metas en la vida. Sin embargo, todo en El festival de Rifkin está contado de forma amable, más sencilla que en otros trabajos de Woody. Se trata de otra comedia romántica de enredos en la línea de sus últimas películas, que no es poco. Y es que, a sus 85 años, ¿para qué cambiar? Ya es mucho el favor que nos hace entregándonos delicias como esta anualmente; no podemos pedir más.
Lo que sí posee su última película es ese punto nostálgico que ya ha tocado en varios de sus últimos trabajos, quizás en esta llevada un poco más al extremo. Si la bonita Día de lluvia en Nueva York poseía un aura de fuera de tiempo, casi de comedia sofisticada de los años 40 trasladada a la actualidad, Rifkin’s Festival no se encuentra lejos de alcanzar un romanticismo mágico heredero de Medianoche en París. En esta ocasión Allen no rinde un homenaje “realista” a los artistas que marcaron su vida, sino que, en forma de preciosas ensoñaciones, divaga y recrea películas que probablemente adora. Además de citas y referencias por doquier a varios de los maestros cinematográficos -europeos y norteamericanos- otorga un maravilloso homenaje que es un regalo para los cinéfilos enamorados de Truffaut, Fellini, Bergman o Buñuel.
Quizás no sea el filme más divertido de Allen (pese a que en ocasiones recuerda a sus magníficos y desternillantes relatos, especialmente en una secuencia relacionada con la muerte), pero sí es un paseo del que uno sale enamorado, con ganas de empaparse del cine que ha definido durante décadas a un director tan especial como Woody Allen. Y si eso os parece poco… Que cada uno sueñe lo que le parezca.