4 Butacas sobre 5
Los años pasan, las personas a nuestro alrededor van desapareciendo, nuestra existencia se basa en una rutina que sospechamos inamovible… En este punto, los recuerdos son de lo poco que nos queda para no dejarnos en letargo. Esto es lo que le empieza a ocurrir a Emilio (Oscar Martínez; El ciudadano ilustre, Toc Toc), no deja de tener en la cabeza a la que fue su amor de juventud aun después de conocer el futuro que le queda.
Una historia que busca la empatía y llama a la risa a la par que a una tristeza agridulce (en muchas de sus facetas) llevándonos de la mano por la evolución de un enfermo de alzheimer acompañado por su hija Julia (Inma Cuesta; La novia, La voz dormida) y su nieta Blanca (Mafalda Carbonell; Club Houdini), quienes no dejan de aportar una esencia de comicidad y frescura a pesar de la situación y de sus tramas individuales (aunque estas pierden importancia).
Una canción recurrente, escenarios estudiados, un montaje que te hace comprender al personaje de Oscar Martínez hasta el punto de vivir sus emociones a la par; a lo que también ayuda la interpretación del mismo, bastante remarcable.
No deja de ser una película más seria que algunas de las anteriores de la directora, María Ripoll (Ahora o nunca, No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas); sin embargo, consigue, junto con el guion de María Mínguez (La forastera, Bita y Cora) que, con la lágrima te saque una sonrisa. Realización en la que además hay cabida para una ligera (o no tan ligera) crítica a las redes sociales y su uso; pero a la vez, nos ofrecen una visión bastante amable sobre sus consecuencias.
Una aventura familiar que, a pesar de ser ficción, no busca la satisfacción del público de manera que pueda resultar un conjunto narrativamente insostenible, sino que queda dentro de unos parámetros verosímiles. Personalmente, hay satisfacción de por medio.
Un homenaje a las segundas oportunidades que nos brinda una historia sobrecogedora, amable, dura, optimista, disfrutable y llena de emoción.